sábado, 14 de agosto de 2021

Un ascensor a la luna



Un ascensor a la luna es uno de los cuentos de aventuras para niños de la escritora Roxana Hoces Montes. Cuento sugerido para niños a partir de nueve años.

Cuando llegaron al piso veintidós la máquina se detuvo. Fue entonces, que entraron en desesperación, golpearon, zapatearon y a gritos pidieron auxilio. Pero nadie las escuchó.
Aquel edificio de treinta pisos lucía triste, lo iban a destruir para hacer un parque de diversiones. El guardián había salido a almorzar. Cuando regresó no se dio cuenta de nada. Escuchaba por un oído, veía por un ojo y usaba muletas.

Las dos hermanas Julia y Roberta permanecieron sentadas, llorando y con hambre. Probaron medio pan y la mitad de una manzana que les había quedado del recreo. Al terminar de comer, la hermana menor comenzó a reclamarle a Julia, ya que ella no quiso subir al ascensor. Sin embargo, para tranquilizarla la mayor le regaló el borrador con olor a fresa que tanto le gustaba y le dijo –Ten paciencia hermanita, ya vamos a bajar_.
Y de tanto y tanto los botones presionar, sus dedos comenzaron a engordar. Para no aburrirse decidieron avanzar con las labores que les habían dejado en el colegio. Al rato, se contaron historias, recitaron poemas con rimas, hicieron adivinanzas y jugaron michi. Hasta que se quedaron profundamente dormidas. No se sabe cuánto durmieron, aunque si se supo lo que soñaron. Ambas tuvieron sueños parecidos.

Julia soñó que el ascensor las llevó a la luna. Al abrirse la puerta vieron a un niño con cara de zorro y cola de zorro. Asustadas se abrazaron y se quedaron en un rincón. Él con una sonrisa y un saludo de bienvenida logró animarlas a bajar.

Allí había árboles inmensos repletos de frutos, flores de colores nunca antes vistos por sus ojos, cascadas y lagos con aguas doradas como el sol y montañas de chocolate.
Ante tanto asombro, Julia recordó a sus amigas.

En todas partes veían a chicos como Zolu, con cara y cola de animales. Tales como; de lobo, vaca, paloma, pato, pavo, chancho y hasta de elefante.

El muchacho les preguntó lo qué querían hacer. Y antes de esperar respuesta, sus rostros de sed y hambre hablaron. Para complacer a sus invitadas hizo un movimiento con los ojos y los frutos caían en sus manos. Comieron hasta cansarse duraznos verdes, plátanos morados, fresas marrones y crujientes, además de uvas plateadas con agradable sabor.

Después de descansar las niñas propusieron jugar a las escondidas y a la chapada con los demás. También chapalearon en el lago donde el cuerpo se teñía de dorado y se mecieron en las hamacas de ramas de árboles. De repente sintieron frio y comenzaron a bostezar. En aquel momento pidieron regresar al ascensor. Julia amaba la tierra, a sus padres, hermano y amigas.

Todos los seres con cara y cola de animales las acompañaron y se despidieron. Julia prometió regresar con sus compañeros y compañeras del quinto B. Antes de que la puerta se cerrara Zolu les alcanzó dos trozos de la montaña de chocolate.

En cambio, Roberta soñó que al bajar del ascensor en la luna les esperaba una mujer revieja, regorda, realta, reguapa y de voz súper dulce. En sus manos llevaba una bandeja con manzanas acarameladas de color dorado como esferas de navidad y con olor a chicle. Así que, cuando Lureg saludó y se puso en frente de ellas, las niñas saltaron para coger las frutas y devorárselas. Minutos después, se quedaron dormidas.

Al despertar, ya estaban con ropa gruesa de color plateado y botas pesadas que casi les impedía caminar con normalidad. A su lado se encontraba la mujer, quien les explicaba que para caminar en la luna es necesario usar ropa especial para contrarrestar la gravedad.
Luego, apareció el esposo que se llamaba Lufla. Un hombrecillo bajo, delgado y de voz gruesa y amable. Él sirvió de guía para conocer a otros ancianos y ancianas que las recibían con mucha familiaridad. A medio recorrido las niñas ya no querían continuar.

Por el camino se encontraron con miradas tristes de unos y gruñonas de otros que provocaron cansancio en sus cuerpos. Roberta recordó el cementerio donde enterraron a su tía Fermina y se tapó la nariz porque olía feo.

A pesar que el anciano guía les había caído bien, pidieron regresar al ascensor. Esperaron sentadas a que les traigan sus ropas. Cuando les entregaron se vistieron rápidamente y se encaminaron al ascensor. Antes de despedirse, agradecieron a Lufla y Lureg por su amabilidad. La tierra con todos sus desordenes seguía siendo bonita y alegre, además Roberta extrañaba a su familia.

Una luz intensa sobre sus ojos las despertó, el guardián, sus padres, los policías y dos bomberos las observaban desde afuera. Ya se había restablecido el fluido eléctrico y las habían estado buscando por toda la ciudad. Las niñas se frotaron los ojos y pudieron ver a sus padres. Se levantaron y corrieron a abrazarlos. A las dos hermanas les alcanzaron agua para beber. Los bomberos les midieron la presión arterial y la temperatura. Al encontrarse ambas bien de salud fueron llevadas a su casa en el carro de bomberos. Donde las esperaban los abuelos, hermano, tíos, primos, amigas y algunos vecinos, quienes se alegraron al verlas. Seguidamente se bañaron y cambiaron de ropa.

Otra vez las volvieron a abrazar y aplaudir. Tomaron leche, comieron galletas y pasteles, además de una sopa caliente que había preparado la abuela.

Poco a poco algunos visitantes se fueron retirando. Al final, la familia se reunió alrededor de ellas para que les contaran lo sucedido. Cómo había sido un día agotador comenzaron a bostezar y sus ojos se cerraban de cuando en cuando. Sólo querían descansar, descansar y descansar.

A los tres días las niñas recién decidieron hablar sobre su experiencia en el ascensor. Narraron sus sueños al detalle a sus padres, hermano, amigas del colegio, primos, vecinos y a todo aquel que quería escucharlas. - Fuente:

Fin

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