Synopsis
El Expreso Celeste es un tren mágico hecho de polvo de estrellas que transporta estrellas fugaces para conceder deseos. Una pequeña estrella fugaz llamada Lía supera sus miedos en su primer viaje, aprendiendo la importancia de llevar alegría a los niños y cumpliendo el deseo de una niña de tener un amigo.
Había una vez, en un rincón muy lejano del universo, un tren muy especial. No era un tren cualquiera hecho de metal y humo. El Expreso Celeste estaba construido con polvo de estrellas brillantes y su locomotora resplandecía como una supernova. Su conductor, un oso panda bonachón llamado Pipo, tenía un gorro lleno de constelaciones bordadas y una sonrisa que iluminaba galaxias enteras.
El Expreso Celeste no viajaba sobre raíles de acero, sino sobre haces de luz estelar, llevando pasajeros muy especiales: ¡estrellas fugaces! Cada noche, cuando el cielo se oscurecía, las estrellas fugaces, tímidas y brillantes, esperaban ansiosamente la llegada del tren. Estas estrellas, pequeñas y grandes, redondas y puntiagudas, tenían un trabajo muy importante: conceder deseos a los niños y niñas de la Tierra.
Pipo, con su voz suave como un susurro cósmico, anunciaba la partida: "¡Todos a bordo! ¡Próxima parada: Los sueños de los niños!" Y con un silbido que resonaba como una melodía celestial, el Expreso Celeste se ponía en marcha.
Una noche, una pequeña estrella fugaz llamada Lía, estaba muy nerviosa. Era su primer viaje en el Expreso Celeste. Tenía miedo de olvidar el deseo que debía conceder. Miraba a su alrededor y veía estrellas fugaces veteranas, muy seguras de sí mismas, que charlaban animadamente sobre los deseos más increíbles que habían cumplido.
"¿Y si me equivoco?" pensaba Lía, con el corazón latiéndole como un pequeño tambor cósmico. "¿Y si no encuentro al niño que necesita mi deseo?"
Pipo, al ver la preocupación en el rostro de Lía, se acercó a ella con su andar tranquilo y amigable. "¿Qué te pasa, pequeña estrella?", le preguntó con una sonrisa.
Lía, con la voz temblorosa, le contó sus miedos. Pipo la escuchó atentamente, luego le puso una pata suave sobre su hombro brillante. "No te preocupes, Lía", le dijo. "Todos sentimos miedo la primera vez. Lo importante es recordar por qué hacemos esto. Piensa en la alegría que sientes al conceder un deseo, en la felicidad que llevas a los corazones de los niños."
Le mostró un pequeño libro hecho con páginas de nubes y tinta de arcoíris. "Aquí están escritos todos los deseos. Solo tienes que leerlos con atención y dejarte guiar por tu corazón. Él te mostrará el camino."
Lía abrió el libro y leyó: "Deseo tener un amigo para jugar." La dirección era: "Habitación de Sofía, Calle de los Sueños, Planeta Tierra."
El Expreso Celeste llegó a la Tierra. Lía sintió un cosquilleo de emoción. Pipo le indicó la ventana de Sofía. La niña dormía profundamente, abrazando un osito de peluche. Lía, respirando hondo, se deslizó por el rayo de luna que entraba por la ventana.
Con un suave toque de su luz, Lía despertó a Sofía. No completamente, solo lo suficiente para que tuviera un sueño muy especial. En su sueño, Sofía conoció a un niño llamado Tomás, que vivía en el edificio de al lado. Jugaron en el parque, construyeron castillos de arena y se rieron a carcajadas.
Cuando Sofía despertó, sintió una gran alegría en su corazón. Salió al balcón y, para su sorpresa, vio a un niño en el balcón de al lado. Era Tomás. Se sonrieron tímidamente. ¡El deseo se había cumplido!
Lía regresó al Expreso Celeste, radiante de felicidad. Pipo la recibió con un abrazo. "¡Lo hiciste genial, Lía!", le dijo. "Sabía que podías hacerlo."
Desde esa noche, Lía viajó en el Expreso Celeste todas las noches, concediendo deseos y llevando alegría a los niños de la Tierra. Aprendió que el miedo es normal, pero que la valentía está en seguir adelante a pesar de él. Y así, el Expreso Celeste, con Pipo al mando y Lía brillando con fuerza, continuó su viaje mágico entre las estrellas fugaces, llevando sueños y esperanzas a todos los rincones del universo.
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